sábado, 7 de noviembre de 2009

La rapidez

Sordos tus oídos de adorno que no escuchan el movimiento macabro, de la plata que se mueve trastornada en tu cuello, que crea un baile solitario, que te ahorca, que te ahoga, que te hace caer rendida a las tablas del piso, que ríen sin saber si nuevamente estás actuando o si realmente mueres atorada con un pedazo de venas leucémicas, pero claramente, sorda esquizofrénica, la cadena no se abre y cierra como una pitón tontona.
Sorda tú, mujerzuela, que no oyes el sonido de la rotura que me causa placer, más que la comida de tenerte, o el sexo de desearte entre mil seiscientos cincuenta y ocho conjuros, de pétalos rojos ahogados, saquitos y cuanta estupidez se me ocurra, plantas, o quemarte en luna llena, sólo ahógate, ya?

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